lunes, 6 de enero de 2014

Paseos...

No sé por qué, pero cuando un paso sigue a otro de manera rítmica, sin rumbo fijo, mi mente encuentra ese nicho para abstraerse y reflexionar sobre acontecimientos recientes.  Podría decirse que es una forma de meditar, o quizás sólo de ver mis pensamientos mientras camino.

     El perro corre y no se deja guiar.  Busca, olfatea y ladra a voluntad mientras yo lo sigo detrás, correa en una mano y la otra en la bolsa del pantalón.  La ciudad, con su ritmo de lunes, anticipa lo inevitable: mañana regresamos a trabajar. Nada podrá evitarlo, ni siquiera mi flojera —y eso ya es decir mucho—.

    ¿Cómo empezará este año?  Como siempre, con mil promesas: ahora sí hago dieta, hay que ponerse a estudiar, quiero leer más, voy a salir a correr diario, prometo ya no fumar, no beber, no fumar, no comer mucho, no ser promiscuo, no no no y más no.

   ¿Por qué tantas negaciones?  Me hago consciente de los alrededores y estoy en la esquina, a punto de llegar al parque.  Caminé por una ruta nueva, casi sin pensarlo.  Y el perro sigue haciendo de las suyas, pero va feliz.

   No busco negaciones, sino ser feliz.  Y creo que la felicidad es disfrutar cada cosa en su justa dimensión y momento.  ¿Por qué todos corren?

   Sí, creo que me gusta caminar.

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